ÁNGEL EN ARTEIXO

   En el mundo del Aikido nos juntamos gentes de un paisanaje de lo más florido, dentro de nuestra idiosincrasia, escorante hacia el "frikismo" intrínseco a nuestra "tribu". Y así, somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos para salir en pos de nuestra meta, que no es otra más simple que la de pasarlo bien entrenando, con la esperanza única de que aunque sea por aburrimiento terminemos por aprender algo.

   Dicho esto, toca explicarlo: Teníamos la opción de quedarnos todo el fin de semana en casa, viendo llover de reojo por la ventana, mientras envueltos en una manta -los que no tengan hijos,- leen algún libro -lo de ver la televisión es para los que en su infortunio tengan el internet caído-. O hacer sosas divertidas como pegarse seis horas de viaje en coche bajo los efectos de una  Tormenta Perfecta (Criogénesis Explosiva). Así que, tal y como se esperaba de nosotros, optamos por la opción más divertida, que fue la de irnos a Arteixo (A Coruña) a visitar a los compañeros gallegos e intentar aprovecharnos de las enseñanzas que Ángel iba a diseminar por aquellos lares.

   Ya no es ninguna sorpresa el nivel que existe en aquellas tierras, del extenso grupo de practicantes capaces de comprometerse en la organización de estos eventos, que se esfuerzan y consiguen que todo salga bien. Sabed desde aquí, que estáis poniendo el listón muy alto -demasiado- a los que intentamos organizar cursos de vez en cuando. Nos hacéis sentir vergüenza cada vez que nos comparamos.

   Ángel, como siempre, tampoco nos sorprendió -bueno, solamente por su sutil cambio de "look"-. Aikido directo y potente, donde toca sudar si quieres aprender algo. Sonde hay que involucrar a todo el cuerpo, a todo, para que salgan mediánamente bien las técnicas. Con franqueza, esto último os lo puedo asegurar por las agujetas de hoy, muy bien repartidas por todo el cuerpo. Nada nuevo bajo el Sol.  



P.D.: Andrés, un año más, se quedó sin comer pulpo; pero se hizo con un nuevo amigo. Su nuevo compañero de aventuras no es este, faltaría más. Este se llama salchipulpi, que pretendía congraciar a Ándrés con los galegos y que adoptó como mascota, hasta que... en un descuido -y tras solo cinco minutos de cariñosa relación-, se la -o lo, no lo llegamos a descubrir- llevó la camarera del local, con los restos de la comida. Imperdonable. ¡Salchipulpi!, ¿En qué sucio y oscuro estómago te encontrarás?